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CIUDAD DE MÉXICO. Estos días son para recordar a las personas que ya no están con nosotras y nosotros. Seres queridos que se fueron, las personas que amábamos. Pero también hay espacio para recordar a aquellas que hicieron grandes aportaciones en la construcción de un mundo mejor.

La educación es justamente una de esas aportaciones y una de las principales herramientas para lograr sociedades más justas e igualitarias. Sin embargo, a principios del siglo XX las mujeres tenían limitado el acceso a la educación (y todavía hoy). Por ello, algunas educadoras de esa época pugnaron por mejorar esa situación y marcaron un parteaguas.

Hoya recordamos a tres de ellas, quienes nos han dejado un importante legado y que merecen un lugar en nuestra memoria este Día de Muertos en México.

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Rita Cetina

Nació en Mérida, Yucatán, en 1846. Ella es un parteaguas en la educación para las mujeres en México. Su vida representa un antes y un después en el acceso que se ha tenido a las letras.

A sus 24 años, tan solo dos años después de que se establecieran las primeras escuelas para niñas, fundó el colegio La Siempreviva, junto con algunas compañeras, el cual se convirtió en un ejemplo a seguir.

Esta escuela del estado de Yucatán es recordada como el primer colegio que brindó educación formal y gratuita para niñas y adolescentes, pero, además, formaba parte de un ambicioso proyecto cultural que incluía difundir la ciencia y las artes en espacios como revistas.

Para lograr dedicarse a este proyecto, recibió educación particular por parte de diversos maestros y, posteriormente, se preocupó porque esa educación la recibieran muchas otras mujeres.

Rita fue directamente responsable de las clases de literatura y de la revista que llevaba el mismo nombre: La Siempreviva.

Para 1877 fue nombrada directora del Instituto Literario de las Niñas, inaugurado ese mismo año. En 1902 tuvo que detener su labor porque tenía graves complicaciones de salud, por lo que se retiró a Campeche y seis años después murió: un 11 de octubre de 1908, a los 62 años.

“La magnitud de la muerte de esta figura tan entrañable para el magisterio yucateco se hizo manifiesta en una serie de ceremonias oficiales y actos públicos, tales como el decreto de ‘duelo escolar los días 12 y 13 de octubre’ (...) y la colocación de un monumento en memoria de la profesora”, señala el libro Las maestras de México, educadoras y maestras, editado por la Secretaría de Educación Pública en 2016.

Dolores Correa y Zapata

Nació en 1853 y fue una de las grandes profesoras de la Escuela Normal de Profesoras que ha sido olvidada por la historia, a pesar de su presencia en Consejo Superior de Educación Pública a principios de 1900 donde tuvo por encomienda delimitar la política pública en materia de educación de las mujeres (y con cuyo resultado estuvo en contra). También tuvo una faceta como escritora, al formar parte de la revista La Mujer Mexicana y colaborar en el periódico La Miscelánea del Pueblo.

Desde 1869 decidió presentar el examen para dar clases en la escuela secundaria de niñas y obtuvo el grado de profesora de educación primaria y secundaria.

“Durante poco más de un lustro, Dolores se dedicó con empeño a las tareas magisteriales en diferentes planteles oficiales, descollando —afirman las fuentes consultadas— por sus excepcionales dotes como educadora, ampliamente reconocidas tanto por sus discípulas y colegas como por las autoridades del ramo”, señala el libro Las maestras de México, educadoras y maestras, editado por la Secretaría de Educación Pública en 2016.

“La profesora que nos ocupa dio muestras de un sorprendente compromiso social, ocupándose particularmente de ciertos sectores marginados de la población, como fueron las mujeres y los obreros. Como antes se indicó, uno de los ejes fundamentales de su obra fue impulsar la superación de las mexicanas a través de una educación científica y cívica moderna, para lo cual, además de sus esfuerzos cotidianos en el aula y de las obras que especialmente dedicó a la transformación de su género”, añade.

Dentro de su trabajo escribió varios libros, con los cuales se ayudaba en las labores docentes y en los que pugnaba que a las mujeres se les enseñara más allá de economía doméstica (temas en los que se educaba en aquel entonces). Murió el 24 de mayo de 1924.

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Rosaura Zapata

Nació en 1876 y es conocida por ser la impulsora de la educación preescolar en México, por lo que fue la primera persona que obtuvo la medalla Belisario Domínguez entregada por el Senado de la República (1954).

Se graduó de la escuela normal de profesores e hizo estudios en psicología y ciencias de la educación, por lo que fue una destacada profesora. En 1902 era titular de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, y fue becada en 1902 por México para estudiar pedagogía en San Francisco y Nueva York, como parte de un proyecto que existía para integrar la educación de ‘párvulos’ (niños pequeños).

Ese mismo año hizo viajes a diferentes países como Alemania, Bélgica, Francia, entre otros, para conocer los sistemas de educación preescolar de esas naciones y regresó a México para comenzar a implementar esos esquemas y hacerse cargo del primero, denominado Enrique Pestalozzi.

Por eso, para 1928, cuando le dieron el cargo de inspectora de jardines de niños, no fue una sorpresa. También creó el Instituto de Información Educativa Preescolar. Cabe decir que en esa época las maestras de preescolar únicamente podían ser mujeres, al considerar que era una ocupación de ‘instinto maternal’.

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Rosaura Zapata ostentó toda una lista de cargos y entre ellas estuvieron el de "Directora General del Departamento de Enseñanza Preescolar de la Secretaría de Educación Pública; miembro del Consejo Directivo de la Organización Mundial para la Educación Preescolar con sede en París, Francia, por cuyo desempeño mereció el reconocimiento de la Organización de las Naciones Unidas. Fue también asesora técnica de las instituciones ocupadas en la educación infantil en Latinoamérica. Logró la creación del Instituto de Información Educativa Preescolar, cuyo objetivo era actualizar a las profesoras en materia pedagógica y técnica y, sobre todo, unificar en la medida de lo posible, los criterios de los docentes. También se interesó por difundir la cultura infantil, organizando una exposición de juguetes de todo el mundo, de la cual una parte fue donada al Museo Infantil de Santa Rosa, en Washington”, señala el Instituto de Ciencias Jurídicas de la UNAM.

Murió en 1963 en la Ciudad de México.