Mexicanas mayores de 60 años trabajando... pero precarizadas

En México es común que las mujeres trabajen después de los 60 años y no por los motivos más positivos ni en las mejores condiciones laborales.

Foto: Pixabay
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CIUDAD DE MÉXICO. ¿Qué tienen en común Meryl Streep, Nancy Pelosi y Katalin Karikó? A primera vista pareciera que la actriz, la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos y la bioquímica de BionTech que desarrolló la vacuna de Pfizer no comparten mucho en común, pero sí hay una característica: son mujeres mayores de 60 años que están trabajando y siendo exitosas en sus áreas.

No son las únicas a esa edad en esa situación, al menos en lo que se refiere a seguir activas laboralmente, porque si se trata de ingresos dignos y de medir el éxito con base en ellos, es otra historia.

En México es común que las mujeres mayores trabajen. El 18.82% de las mujeres mayores de 60 años o más están trabajando actualmente o lo harían, es decir, se encuentran dentro de la Población Económicamente Activa, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo Nueva Edición (ENOEN).

En el país hay 8 millones 139 mil 094 mujeres adultas mayores, de las cuales un millón 824 mil 427 se encuentran trabajando, es decir, forman parte de la población económicamente activa y están ocupadas.

Además, hay 6 millones 932 mil 882 hombres adultos mayores y de ellos 3 millones 686 mil 897 trabajan.

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La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) señala que existen varios motivos por cuales las personas mayores continúan activas en el mercado laboral.

Entre esos factores destacan: un aumento en el interés por seguir laborando, debido a una expectativa de vida y de salud cada vez más largas entre la población mayor, sobre todo en las mujeres. Aunque también influyen cuestiones que no son tan positivas, por ejemplo, el hecho de que los sistemas de pensiones no garantizan los ingresos necesarios para subsistir.

El trabajo como un derecho

En México hay un millón 824 mil 427 mujeres adultas mayores de 60 años trabajando, que representan 33.10% de las personas de esa edad que son activas laboralmente, según la ENOEN.

La mayoría se desempeña como trabajadora industrial, artesana y ayudante (16.33%); trabajadora agrícola, ganadera, silvícola o en el sector de la pesca (6.86%); profesionista, técnica y trabajadora del arte (5.59%).

La gerontóloga Bárbara Diego dijo en entrevista para Dalia News+Media que muchos de los trabajos a los que acceden las personas mayores están precarizados, debido a una sencilla, pero también muy común razón: discriminación por edad.

Señaló que en México hay una política no escrita que dicta que la vejez comienza a los 60 años. Es decir, se trata de una percepción social convertida casi en una norma, por lo que a partir de esa edad, las personas encuentran serias barreras para incorporarse al mundo laboral, aunque tengan el derecho a ello, lo necesiten y cuenten con la capacidad para realizarlo.

Y si lo hacen, el trabajo suele ser con bajos ingresos y/o sin prestaciones sociales.

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“¿Cuándo debe empezar la vejez? Aquí en México por política es a los 60. En otros países es a los 70 o 65, pero si te fijas no tiene que ver con algo biológico; es algo que se estableció hace muchos años, incluso cuando la esperanza de vida era algo totalmente diferente a lo que es hoy. Pero, ¿por qué alguien se ha de considerar viejo como si fuera [un asunto de apagar] un switch?” , indicó a Dalia News+Media, la plataforma de información y noticias del proyecto de educación continua dirigido a mujeres, Dalia Empower.

De acuerdo con los datos de la ENOEN, 49.48% de las adultas mayores en el país que trabajan, ganan apenas un salario mínimo. Más grave es todavía el caso de aquellas que no perciben ingreso alguno y cuya proporción es de 7.81 por ciento.

Todas ellas están lejos de haber vencido el impedimento de la edad para seguir laborando con ingresos suficientes.

El argumento más utilizado para negar el trabajo a las personas adultas mayores y para precarizarlo es que viven con discapacidades, enfermedades o que no pueden valerse por sí mismas.

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Sin embargo, 29.30% de la población mayor de 60 años declara tener una salud excelente o buena; en el caso de las mujeres la cifra es de 26.84%, según la Encuesta Nacional Sobre Salud y Envejecimiento en México 2018.

En el extremo contrario, únicamente 10.19% de las personas mayores de 60 años y más declaran tener una salud mala, de acuerdo con el mismo reporte.

El estudio Hechos y Desafíos para un Envejecimiento Saludable en México, realizado por el Instituto Nacional de Geriatría en 2016, señala que más de 70% de las personas mayores son funcionales e independientes, lo que les permite llevar a cabo las actividades de la vida diaria con plena autonomía.

Además, solo una quinta parte de las personas que llega a los 60 años está en condición de fragilidad.

Por esa razón, dice Diego, las políticas públicas y el otorgamiento de un puesto de trabajo digno deben basarse en la funcionalidad, capacidad e independencia de las personas, entre otros factores, y no en una edad límite.

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Trabajar para tener lo básico... o menos

Quizá uno de los trabajos más populares entre personas adultas mayores en las ciudades es el empacamiento de mercancía en los supermercados (una ocupación mejor conocida como 'cerillo'), debido a que el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam) tiene un convenio con las empresas del sector para facilitar este trabajo a dicho sector poblacional.

Sin embargo, es considerado como un trabajo complementario y en esa calidad no cuenta con salario ni prestaciones. El ingreso de un empacador está integrado por las propinas voluntarias que recibe de los consumidores a cambio de ordenar su mercancía en bolsas.

Durante los primeros meses de la pandemia por el virus de COVID-19 esta ocupación fue suspendida, pues los adultos mayores son considerados población de riesgo.

Ante la pérdida de sus ingresos, muchos terminaron rompiendo el aislamiento y salieron a la vía pública a pedir apoyo económico entre la gente.

Conforme la vacunación fue avanzando entre ellos, exigieron su reinstalación en aquellos supermercados como Walmart, que habían anunciado la cancelación del convenio con el Inapam bajo el argumento de que los consumidores ya no querían que nadie tocara su mercancía.

Walmart finalmente dio marcha atrás en esa decisión, aunque en algunos establecimientos de la firma como Bodega Aurrerá eliminaron el espacio para empacar y ahora son los cajeros quienes depositan directamente los productos del comprador en los carros transportadores.

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Los empacadores no han sido los únicos que han vivido esta situación en la pandemia. También ha sido así para adultos mayores que laboran en otro tipo de empresas.

El confinamiento que trajo la pandemia puso a este segmento poblacional en situación de mayor vulnerabilidad, ya que les retiró de sus trabajos (a quienes tenían una ocupación) y les dejó sin los ingresos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas, de acuerdo con el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria AC (CIEP).

“Cuando los adultos mayores pierden su empleo, su fuente de ingresos depende, en general, de donaciones de terceros, familiares o conocidos, y de transferencias del gobierno, pensiones o jubilaciones, aunque el acceso y los montos en ambos casos son variables. Por consecuencia, la fuente de ingresos constante a la que tienen acceso es la Pensión para el Bienestar de los Adultos Mayores”, señala la investigación Adultos Mayores y COVID-19: Vulnerabilidad Económica ante la Crisis Sanitaria, del CIEP.

Aproximadamente 8.3 personas adultas mayores están afiliadas al programa de pensión del gobierno mexicano, de las cuales alrededor 4.5 millones son mujeres. La meta es cubrir a un total de 10.3 millones (contra un total de 15 millones 71,976 personas adultas mayores en todo el territorio nacional).

Esta pensión -la única a la que tienen acceso todas y todos los adultos mayores- es de mil 550 pesos al mes. Pero para adquirir la canasta básica en las zonas rurales, se requieren 2 mil 092 pesos al mes; en las zonas urbanas, 3 mil 217 pesos, de acuerdo con el reporte del CIEP.

Es decir, aun con esta pensión, deben trabajar para solventar sus gastos mínimos.

En el caso de las pensiones que reciben trabajadores formales ya retirados, las cuales varían en montos, únicamente 2 millones 293 mil 184 mujeres y 2 millones 816 mil 317 hombres cuentan con ella, de acuerdo con la Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro.

Tomando solo en cuanta a las mujeres y sumando pensionadas del programa gubernamental y pensionadas por retiro, se tendrían 6.8 millones de mujeres, en comparación con las 8 millones 139 mil adultas mayores de 60 años que existen en el país.

Pero, esta cifra serían en realidad, muy seguramente, menor, puesto que las personas pensionadas por retiro también pueden recibir recursos del programa de gobierno.

Por otra parte, la Consar reporta que las mujeres acumulan 14.7% menos en su saldo pensionario. Es decir, al final, en la pensión, por cada 100 pesos que gana un hombre, ellas ganan 87.2 pesos.

“La falta de ingresos de las personas mayores, en el contexto de la menor presencia de hogares multigeneracionales y la debilidad de los sistemas de pensiones, puede obligarlas a seguir trabajando más allá de la edad legal de jubilación para generar ingresos para su subsistencia”, señala la Cepal.

Indica que factores como el aumento de la esperanza de vida también juegan un rol primordial en la necesidad de continuar trabajando.

En México, de acuerdo con el Consejo Nacional de Población, la esperanza de vida es de 75.1 años en promedio, pero para el año 2030 se espera que sea de 76.7 años. También es importante mencionar que las mujeres tienen una esperanza superior a los hombres por casi seis años.

Por otra parte, no se puede dejar pasar el hecho de que un número importante de personas, especialmente mujeres, se encuentran en la Población No Económicamente Activa.

Pero eso no quiere decir que se encuentren sin hacer nada. El estudio del Instituto de Geriatría señala que se calcula que 90% de las personas mayores contribuyen en actividades no remuneradas en los hogares. La carga es mayor en las mujeres, quienes se encargan de preparar alimentos, servicios y limpieza de la vivienda o inclusive del cuidado de otras personas mayores o con enfermedades.

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