El Lado B de los feminicidios: en la mente de los agresores
Abordar la salud mental y emocional de los feminicidas es valioso para crear políticas públicas que ayuden a reducir este delito, dicen expertos.
CIUDAD DE MÉXICO. Ante la creciente ola de feminicidios en México y también en una serie de países en el mundo, un aspecto que ha sido poco abordado es el de las motivaciones del agresor, su salud mental, emocional y hasta su entorno social.
¿Qué motiva a un agresor? ¿De dónde nace el odio que lo lleva a acabar con la vida de una mujer? ¿Hay alguna manera de prevenir estos actos? ¿El aumento de penas funcionar para inhibirlos?
La neurociencia explica que no existe un patrón de violencia único que motive a los hombres a matar a una mujer. Matías Bertone, director académico del consejo de neurociencias cognitivas Cifal Argentina (Naciones Unidas), explicó en entrevista para Dalia News+Media que en la mayoría de los casos se da una falla en el sistema de inhibición y el individuo no toma decisiones racionales. Por ello, igualmente, la mayor parte de los feminicidios no son planeados por el agresor.
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Desde el punto de vista sociológico existen algunas hipótesis. Teresa Incháustegui, doctora en Ciencias Políticas, expone a Dalia News+Media que hay una estrecha relación entre el orden patriarcal y su resistencia al cambio, la cual lleva a los hombres a ejercer violencias contra la mujer. Y tiene que ver con que hoy ellas buscan proyectos de vida que no se limitan o no son ajenos al área doméstica.
Un 'disparo' de violencia
“Son más frecuentes los casos cuando llega la policía y encuentra al hombre llorando, con las manos llenas de sangre y algún objeto doméstico con el que cometió el crimen”, explica el neuropsicólogo forense.
En general los crímenes por violencia de género son muy desorganizados y el agresor enfrenta dificultades para encubrir el crimen, agrega.
De acuerdo con Bertone, es un tipo de delito difícil de prevenir porque el agresor, con frecuencia, no tiene antecedentes de violencia. Comete el asesinato en un momento en que, a nivel fisiológico, ocurre una “falla en el sistema de control y del sistema de inhibición ante una respuesta violenta”. Y esto se dispara, por lo general, durante una discusión de pareja.
“Son personas que no van a comprar un arma, sino que pueden tomar una tijera o arrojar a su pareja por un balcón. Hay un análisis forense bastante preciso para determinar cuál de los dos tipos agresiones comete la persona, una muy planificada y otra no”, detalló.
Un ejemplo, de este patrón es el de Ingrid Escamilla que fue asesinada en febrero de 2020 en su departamento en la Ciudad de México. Su agresor fue su expareja sentimental. Cuando se le encontró, portaba un cuchillo en mano y confesó que había asesinado a Ingrid tras discutir con ella la noche anterior y que luego comenzó a mutilar el cuerpo para esconderlo.
La conducta planificada
Pese a lo anterior, Bertone comentó que sí hay casos en que el feminicida tiene una “conducta agresiva instrumental”, es decir, planificada, en la cual busca asesinar a su pareja, incluso, a través de un tercero.
Tal fue el caso de Abril Pérez, asesinada en noviembre de 2019 por sicarios al sur de la Ciudad de México y cuya investigación sigue abierta. El presunto autor material es su esposo, a quien Abril denunció meses antes por intento de homicidio al haber sido golpeada con un bate de béisbol y casi degollada. Sin embargo, el hombre fue puesto en libertad por orden de un juez.
“En esta forma operativa el agresor puede contratar a un autor material o planifica una escena, en la cual toma ciertos psicofármacos depresores y media botella de whisky, y al momento del crimen planta una escena como si fuese de una discusión que se descontroló”, señaló.
Ambos tipos de operación de feminicidas muestran que no existe un patrón homogéneo de violencia en este delito, explica Bertone.
Expone que cuando un hombre tiene una estructura narcisista o dependiente -que es el perfil más frecuente en los feminicidas- puede sentir el abandono como un ataque. Esa amenaza se cierne directo en su autoestima o estilo de vida.
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Violencia para detener a las mujeres
En la medida que las mujeres salen de los roles que les han sido socialmente asignados por siglos y que amenazan el orden de familia patriarcal para buscar proyectos de vida elegidos por ellas mismas, las violencias en su contra y, en particular, el feminicidio, aumentan.
Incháustegui, también investigadora y académica en temas de equidad de género y quien ha hecho estudios en torno al feminicidio, explicó que el poder masculino busca mantener su posición o dominio y la fuerza y la violencia se convierten en la vía para ello.
La macrosociedad define a la mujer como simbología de puro cuerpo, maternidad, abnegación y gratuidad de todo lo queda, mencionó. Entonces, esta reiteración social de la mujer, de regresarla al lugar donde la estructura social las colocó, “hace que el pacto patriarcal de la modernidad, nos regrese (a las mujeres) de donde no debimos salir”.
“En términos de la teoría del cambio racional, los hombres tienen una tasa baja de cambios, los hombres no quieren cambiar [...] Y las mujeres quieren cambios. Esta brecha entre lo que las mujeres quieren y lo que los hombres esperan de las mujeres es muy frustrante para ellos”, detalló Teresa Incháustegui
Las distintas olas del feminismo -hoy está activa la Cuarta Ola- han estado luchando como un rompeolas gigantesco en contra de todas las estructuras sociales que buscan seguir 'disciplinando' a las mujeres como el Estado, la Iglesia, la academia y la sociedad.
“He platicado con muchos varones, algunos de ellos tienen 20 años trabajando, las masculinidad en talleres, y aseguran que el conjunto de la sociedad no les ayuda a cambiar. Ellos dicen que les cuesta cambiar porque otros hombres no los dejan cambiar e, incluso, las mismas mujeres no los dejan cambiar”, dijo.
La violencia como virilidad
De acuerdo con Incháustegui, en las últimas décadas se ha logrado evidenciar cómo los hombres están educados para ser violentos.
Comentó que en los talleres de masculinidad que ha dictado, los hombres confiesan que desde pequeños sus tíos, padres y hermanos mayores les enseñaron a pelear y los incentivaron a la pelea como una forma de fortalecer la virilidad. Estas conductas pueden aparecer en la vida de pareja, advirtió.
“La virilidad de los hombres se reactiva con la violencia. La violencia es una dopamina. La violencia viene de toda esta parte de la adrenalina que produce la violencia. Y los perpetradores de violencia son adictos a la dopamina porque la violencia empodera”, expresó.
Añade que, los climas de violencia social -como es el caso de la violencia crónica que atraviesa México- impacta en la agresión hacia las mujeres, ya que los feminicidios responden a ese contexto. Hoy México tiene dos generaciones de jóvenes que han vivido en el ejercicio de la violencia generalizada del país.
También la violencia es más cruenta en niveles socioeconómicos precarios, ya que hay mucho más estrés en familias con carencia. No obstante, también está presente en estratos económicos más altos.
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El feminicida no se detiene por una ley
Ambos expertos, desde sus respectivas áreas de estudio, coincidieron en que la intervención del Estado para la vigilancia de los derechos de las mujeres a través de leyes y normas, no inhibe a un feminicida.
Teresa Incháustegui, -quien también fue diputada federal- sostuvo que mecanismos no han faltado en México. “Si nosotros quisiéramos calificar el régimen de género mexicano por la cantidad de leyes códigos protocolos reglamentos mecanismos, ¡estaríamos como en Suecia!”.
Aseguró que en 30 años la legislación mexicana ha cambiado de manera drástica en materia de combate a la violencia contra las mujeres, pero las fallas y omisiones del sistema judicial han hecho fracasar las leyes.
Bertone aseguró que la disuasión por la vía del derecho penal no sirve en ningún país para prevenir.
Aunque la pena sea de 15, 20 años o cadena perpetua, eso no significa que un hombre determinado dejara de sentirse amenazado y frustrado ante una mujer que no cumple en cierto momento con su expectativa.
“Tenemos sobrados casos en el que el aumento de las penas regularmente en este tipo de delitos no reduce los crímenes. En el momento que cometen el crimen esa información cognitiva racional para tomar una decisión se pierde”, señala.
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Señales en un potencial feminicida
Bertone cita a la investigadora Helen Fisher, quien sostiene que los pensamientos obsesivos pueden ser una señal y esto tiene que ver con temas de salud mental y emocional.
Los pensamientos obsesivos en la vida cotidiana pueden asociarse a cuánto tiempo un individuo puede cavilar sobre los motivos por los que en algún momento es 'desafiado' o abandonado, hasta el punto de llegar a realizar una conducta delictiva.
“Se puede decir al juez que este hombre tiene realmente un problema de obsesión con su expareja; que una persona con trastorno narcisista, con antecedentes de consumo de droga; que es violenta [...] pero esto no sucede en la realidad, solamente se queda en la clasificación legal”, dice el neuropsicólogo.
Con esto, el especialista se refiere a un cúmulo de información relacionada con los feminicidas que se pierde entre expedientes y decisiones judiciales, pero que puede ser clave para que el Estado construya una estrategia integral de salud mental y emocional masculina, que realmente constituya una vía de prevención de feminicidios.
“Esa información se pierde en un expediente judicial y me parece que para la toma de decisiones puede aportar mucho [en términos de intervención de especialistas en salud mental]”, comentó Bertone.
Comenzar a abordar el 'Lado B' de los feminicidios en esos términos, no solo puede aportar a una mejor clasificación y análisis de un delito de este tipo en un juicio, sino información muy valiosa para quienes están encargados de hacer políticas públicas.
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