Esa discriminación que hemos cuestionado tan poco

La discriminación por edad es una realidad y... adivinen qué: es más común que el racismo o el sexismo. Sobre esto escribe Patricia Alamilla, Editora de Contenidos de Dalia Empower.

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Foto: Shutterstock

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Las personas mayores de 35 años ven restringidas sus oportunidades de contratación a solo 10% de las vacantes disponibles en México. Y esa proporción baja drásticamente a 0.5% de la oferta laboral disponible cuando se trata de personas mayores de 55 años. Esto de acuerdo Rosa Isabel Medina Parra, investigadora del Departamento de Estudios de Administración Pública de El Colegio de la Frontera Norte (El Colef). Más allá del dato, sabemos que la discriminación por edad es una realidad. A partir de los 30 o 35 años, entre más años, menos las posibilidades de conservar o encontrar un nuevo empleo.

A este escenario podemos agregar otro factor de discriminación: el género. Sobre las mujeres pesa una mayor presión social acerca de la edad. Todo el tiempo se nos exige evitar u ocultar los signos del envejecimiento. Tan solo tenemos que asomarnos un poco a los anuncios publicitarios y a los productos y servicios cosméticos para percatarnos cómo son dirigidos principalmente a la apariencia femenina.

Lo cierto es que los estereotipos sobre cómo debe ser una mujer o un hombre, así como la ‘cultura de la eterna juventud’ en la cual vivimos y que se esparce a través de redes sociales, cine, televisión y un largo etcétera, desnaturaliza el proceso de envejecimiento, principalmente el de las mujeres. Ante la mirada social contemporánea, éste es indeseable. Es el enemigo a combatir cuando se trata del envejecimiento propio. Es el cuerpo desagradable que hay que hacer a un lado cuando se trata del envejecimiento ajeno.

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¿El resultado? Una sociedad excluyente que margina a las personas cercenando sus oportunidades profesionales, económicas, sociales y personales. Y no menos importante, una economía que desaprovecha sus recursos humanos y su talento, volviéndose menos competitiva.

De acuerdo con el informe Golden Ages Index 2018, de PwC, si México elevara la participación en el mercado laboral de personas entre 55 y 64 años de su actual cifra de 60% a 78% -esta última, la tasa de Nueva Zelanda-, podría incrementar su Producto Interno Bruto (PIB) en 52 mil millones de dólares (a los precios de 2016).

Entonces, ¿queremos, o mejor dicho, nos conviene ser inclusivos y diversos o no? Es cierto que el combate a la discriminación por género, orientación sexual, raza, tono de piel, ha tomado fuerza en la sociedad, en las empresas e instituciones, pero la discriminación por edad sigue ahí sin que hablemos en serio sobre ella. Aún vemos ofertas de trabajo que establecen ciertos límites de edad. Aún escuchamos a familiares y amistades dolerse porque les rechazaron para una vacante debido a que tienen más de 40 o 50 años.

"Hoy en día es más común el llamado edadismo (discriminación por la edad) que el racismo o el sexismo", de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud. A diferencia de ellos, no hay conciencia sobre su gravedad.

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Si tomamos como referencia los parámetros actuales sobre juventud y envejecimiento, y con una esperanza de vida de 71 años en México -de acuerdo con el Inegi-, al menos la mitad de nuestras vidas somos personas 'viejas'. ¡La mitad de nuestras vidas! Y en millones de casos, bastante más de la mitad. ¿A qué estamos destinados entonces?

El panorama se vuelve aun más preocupante en naciones cuya población se integra en una gran proporción por personas 'mayores' o que están caminando hacia allá, como México. En el país, la población de adultos mayores está aumentando progresivamente. En 2010, el segmento de 60 años y más representó 9% de la población. En 2020, ese dato aumentó a 12% y se estima que hacia 2050 será de 30%, es decir, unos 44 millones de personas de 60 años y más.

Ya es hora de comenzar a cuestionar los parámetros sobre juventud y envejecimiento enraizados en nuestro pensamiento colectivo, así como las creencias que tenemos al respecto y que sustentan modelos laborales, políticas públicas y hasta modelos familiares. Si en verdad queremos ser inclusivos y diversos, ya es hora de hablar de la discriminación más común y que hemos aceptado sin miramientos.

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