Nos encontramos en medio del “torbellino” más complejo de la humanidad contemporánea. Entre pérdidas sumamente dolorosas, la mencionada “felicidad tóxica” ha mantenido a flote a algunos, pero tenemos frente a nosotros innegables crisis sanitarias, sociales y económicas.

Debemos de mantenernos positivos, pero realistas para construir el mundo que viene. Pero ¿cómo se construye en medio de un torbellino?

El mundo cambió. Lo digo con una mezcla de emociones porque ni siquiera tuvimos la oportunidad de despedirnos del que fue, y ya estamos dentro de un nuevo mundo que no hemos delimitado. Sin embargo, este cambio extiende un abanico de posibilidades para definir el nuevo modelo mundial, desde lo público y lo privado, hasta lo personal y humano.

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Los últimos 12 meses nos han mostrado que la reputación es uno de los intangibles más valorados. Podemos confirmarlo con aquellas organizaciones que habían reforzado su posicionamiento o tenían algunos temas por resolver, y durante estos meses, han tenido que revolucionar y acelerar la marcha de su transformación al interior para lograr una mejor percepción externa, mucho más humana.

Estas semanas he visto cambios en marcas e industrias de consumo, farmacéuticas, energía, entre otras. Su propia revolución al interior es lo que va construyendo una mejor reputación hacia lo colectivo y me permite confirmar que la conciencia que estamos formando va desde la propia, hasta la colectiva.

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Hemos visto competidores colaborando por un propósito común, como la industria farmacéutica unida en la lucha contra el cáncer en México o cadenas de alimentos unidas por un bien más fuerte y común. Gigantes globales de consumo interesadas en ofrecer productos verdes, basados en proteínas vegetales y, por lo tanto, más sanos. Estos eran cambios, desde mi perspectiva, inimaginables.

Adaptarse y cambiar es crucial para generar confianza. Las empresas tendrán un papel fundamental como actores económicos y sociales, por eso no deben perder de vista que la reputación inicia desde el interior, con un compromiso personal que todos los integrantes tienen con sus organizaciones.

De ahí parte la construcción que generará el impacto hacia afuera, basado en un compromiso genuino para mejorar la sociedad en todos sentidos. Este es solo un primer paso.

De acuerdo con Yago de la Cierva, director de Master Ejecutivo en Reputación, "lograr una buena reputación es como buscar la felicidad, uno no consigue ser feliz, intentando ser feliz. Tener buena reputación se logra gestionando bien la empresa o la organización hacia dentro y hacia afuera".

Con esto, vuelvo a mi pregunta inicial, ¿por quién de los dos ex mandataros apostaríamos dinero de nuestra bolsa?

Sin duda, por quien fue un ejemplo claro de ética, transparencia y éxito tras casi 20 años de mandato. Podría asegurar casi a “ciegas” que todos apostaríamos por quien es más humano, consciente y responsable con su entorno, aun sin saber los logros de cada uno durante sus periodos de mandato.

El valor de la reputación reside en la coherencia de lo humano y la confianza que se genera, alineados a un modelo de economía de la reputación y las esferas que ésta comprende. Esto abarca a todos, empresas, marcas, productos, personas, gobiernos, mandatarios o directivos.

El valor de la reputación va más allá de percepciones positivas. Una buena construcción de la reputación generará un impacto económico y social positivo. Ese impacto será parte fundamental del nuevo orden mundial que nos espera y que estamos construyendo como humanidad.