Tenemos que hablar de Adele, ¿o de nosotros?

"En el fondo el menor de los problemas es Adele. En el fondo la gordura nos sigue importando demasiado en un sentido muy equivocado", escribe nuestra directora de Dalia News + Media.

Foto: Tomada de Instagram / @adele
Foto: Tomada de Instagram / @adele

La imagen que la cantante subió para festejar sus 32 años la semana pasada en Instagram (su primer posteo del año, indirecta para todos aquellos atascados en la red) se volvió viral en minutos.

No podemos creer lo flaca que está. Cuestionamos si se ha hecho un bypass porque no nos creemos que alguien pueda “sufrir” esa transformación de manera natural. Desde la envidia, desde la sorpresa o desde la naturaleza más baja de las redes, se generaron cientos de miles de comentarios sobre su nueva figura.

Vanity Fair calcula que han sido unos 70 libras (35k aprox) los que ha perdido desde 2008. OMG! Ante tal cifra era difícil no reaccionar. Sin embargo, la polémica se desató porque muchos comentarios iban en el tono de que la compositora británica ahora sí se ve espectacular.

¿Que qué? ¿Cómo que ahora sí se ve…? La mujer canta increíble y siempre ha tenido una personalidad avasalladora. ¿De qué hablan? ¿Necesitaba estar flaca entonces?

No es la primera celebridad que causa conmoción. María Callas perdió unos 35 kilos entre 1953 y 1954, cuando tenía 30 años. Muchos amantes de la ópera se fueron encima con comentarios, argumentando que había perdido su voz. Sin embargo, eso no le impidió a la griega convertirse en la soprano más famosa en la historia de la música.

En este mundo, en el que ser gordo ha sido un pecado y un sinónimo de fealdad, Adele nos había enseñado otra cosa. O por lo menos, si no enseñado, nos lo dejó sobre la mesa. En 2012, el diseñador Karl Lagerfeld tuvo que disculparse después de haber expresado que ella le parecía “un poco gorda”. Entonces Adele respondió en una entrevista a la revista People:

“Nunca me he querido parecer a las modelos en las portadas de revistas”, Adele.

Sin embargo, parece que la enseñanza de Adele no nos alcanzó. Seguimos siendo los adolescentes bullies de la secundaria, llenos de ignorancia.

Fue tal el escándalo en redes y medios de comunicación que el entrenador de la cantante inglesa decidió salir en su defensa unas horas después. "Es desalentador leer comentarios negativos y acusaciones de gordofobia cuestionando la autenticidad de su increíble pérdida de peso”, declaró Pete Geranio. “Esta metamorfosis no es para vender más discos, ni es una cuestión de publicidad ni pretende ser un modelo a seguir. Lo está haciendo por sí misma y por Angelo (su hijo)”, argumentó.

En el fondo, el menor de los problemas es Adele.

En el fondo, la gordura nos sigue importando demasiado en un sentido muy equivocado. En el fondo, sigue existiendo discriminación hacia la gente grande. A pesar de que la generación millennial es más inclusiva desde una perspectiva natural y menos aprendida o forzada, como lo ha sido la generación X, la gordura genera desprecio de manera transversal en las sociedades. La gordofobia es, de hecho, un término que apenas en años recientes comenzó a utilizarse. Y la parte más delicada de ésta es que suele darse a partir de microagresiones.

Esto es que la discriminación no es abierta sino velada. “La naturaleza, a veces ambigua de las microagresiones, significa que el objetivo puede no estar seguro de la intención o el significado subyacente, preguntándose si esa persona realmente los estaba estigmatizando o no, lo que dificulta la respuesta”, asegura Angela Meadows, psicóloga de la Universidad de Birmingham en un artículo titulado Discrimination against fat people is so endemic, most of us don’t even realise it’s happening.

“Además, el estigma gordo está tan arraigado que muchas personas gordas son cómplices de su propia estigmatización, creyendo que se lo merecen, o que el perpetrador solo estaba afirmando un hecho (las personas gordas son feas y desagradables)”.

Conocemos todos las deformaciones de la mente que terminan en bulimia y anorexia, sobre todo en adolescentes. Pero también conocemos todos que si bien no llegamos a padecer trastornos alimenticios, el tema del peso en la sociedad es tal que el espejo reflejará por años un “estoy gorda”.

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Cierto, somos sociedades muy confundidas. Porque mientras practicamos yoga y meditación, nos obsesionamos con alcanzar la perfección de vida, o de farsa de vida, que promueve Instagram. Tampoco es algo nuevo. La perfección fue promovida por las revistas de moda y la publicidad durante décadas. Y entonces somos muy budistas, desprendidos y veganos, pero despreciamos a los gordos porque no son la silueta de la belleza que hemos aprendido e, ignorantes de nuevo, creemos que la salud solo existe en los flacos. Que las tallas grandes son de mal gusto, y que quienes las usan deberían asistir tres veces más al gimnasio para reducirlas.

"La ciencia del control de peso es muy compleja, y gran parte de cómo el cuerpo responde a los intentos de pérdida de peso está fuera del control humano”, dijo al Washington Post, Jennifer Kuk, kinesióloga y profesora asociada de la Universidad de York.

El culto por la delgadez es una de las deformaciones más dañinas en la sociedad. Sabiendo que los cambios culturales tardan años en procesarse, un grano de arena podemos poner hacia el interior, en nuestro inconsciente, distinguiendo la salud de las exigencias sociales, distinguiendo las microagresiones ejercidas muchas veces por nosotros hacia nosotros mismos y deteniéndolas. Dejemos de despreciar nuestros cuerpos solo por no parecerse al de las modelos. Dejemos de despreciar las tallas grandes con tanta ignorancia.

El ejemplo más claro que podemos tener hoy ante lo ciegos que somos a veces es, precisamente, el del acoso sexual y el machismo. Ese par de conductas que todavía hace algunos años estaban llenas de microagresiones que nadie (ni hombres ni mujeres) sabíamos reconocer, y que hoy, gracias a que se ha estado hablando tanto del tema, podemos evitarlas.

Dejemos a Adele cantar, hablemos mejor del equivocado peso que le damos al peso en nuestra mente.

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