Por qué no te debes de conformar con seguir la corriente
¿Alguna vez te ha pasado que estás en una reunión y decides no decir lo que realmente piensas solo para no llevarle la contraria a los demás?
La fundadora de Dalia asegura que esto es especialmente relevante para las mujeres

¿Alguna vez te ha pasado que estás en una reunión y decides no decir lo que realmente piensas solo para no llevarle la contraria a los demás? A mí sí. Y creo que a la mayoría también le ha pasado en algún momento de su vida.
Hago esta pregunta porque hace unos días escuché un podcast de psicología que hablaba sobre el experimento de conformidad social, algo que llamó muchísimo mi atención. Se referían al “Experimento de Asch”, llamado así por Solomon Asch, un psicólogo polacoestadounidense, mundialmente conocido, que lo diseñó en los años 50.
Básicamente, este experimento demostró algo muy fuerte: la gran mayoría de las personas prefieren dar una respuesta equivocada solo para no contradecir la opinión de la mayoría y por ende, evitar sentirse rechazadas y excluidas. Aunque el experimento se llevó a cabo hace más de medio siglo, creo que sus hallazgos y conclusiones siguen siendo muy relevantes.
Te cuento a grandes rasgos en qué consistía el experimento: a un grupo de personas se les mostraban unas líneas y se les pedía identificar cuál de las tres era igual en tamaño a una línea de referencia. La respuesta era súper obvia. El chiste es que solo una de las personas del grupo era un participante real; los demás eran actores. Asch acomodaba al grupo de tal manera, que el participante real tuviera siempre el último turno para dar su respuesta. En las primeras rondas, todos (incluidos los actores) respondían correctamente, y el participante real lo hacía con toda la seguridad del mundo. Pero después, los actores empezaban a dar respuestas incorrectas con total convicción… y ahí pasaba lo interesante: el participante real, aunque sabía que la respuesta era incorrecta, empezaba a dudar de sí mismo… y se alineaba con lo que el grupo respondiera.
Este experimento se repitió varias veces, y el 75% de los participantes dio una respuesta incorrecta al menos una vez, solo por seguir a los demás.
Lo que Asch demostró es que **el deseo de pertenecer puede llegar a ser más fuerte que la confianza en nuestro criterio y en nuestra propia percepción. **
Creo que eso hoy pasa todo el tiempo, ahora en versión digital con el Internet. Vivimos rodeados de redes sociales, influencers, tendencias, retos virales, opiniones masivas. Y aunque muchas veces sabemos que algo no tiene sentido o que desafía el sentido común, lo terminamos imitando, compartiendo o validando… solo porque todos los demás lo hacen.
Cuántas personas han terminado en el hospital por seguir “hacks de belleza” o tips de salud absurdos que vieron en TikTok. Una historia que se me quedó súper grabada fue la de una chavita que se comió una naranja entera (con todo y cáscara), cubierta con canela y pimienta cayena, porque una influencer de “salud” lo recomendó como remedio casero. Terminó con el esófago quemado y tuvo que ir al médico. Cuando el doctor le preguntó por qué lo hizo, tuvo que ser honesta y responder: “es que lo vi en redes”.
Y claro, aquí es donde nos damos cuenta que las mamás tenemos razón cuando les decimos a nuestros hijos: “¿Y si todos se avientan de un puente, tú también lo haces?”
La necesidad de pertenecer es humana, no la vamos a eliminar. Pero hoy, más que nunca, necesitamos fortalecer nuestra autoestima, aprender a detectar la desinformación, y filtrar todo lo que consumimos a través del pensamiento crítico.
No podemos seguir tomando decisiones importantes —sobre nuestra salud, nuestras creencias o nuestras metas— solo por presión social. Hay que atrevernos a ir en contra de la corriente, no porque todos hagan algo significa que está bien o que es lo mejor para nosotros.
El mundo avanza porque hay personas que deciden cuestionar, indagar más a fondo y romper con viejos paradigmas. No lo voy a negar, no es fácil. Esto requiere mucha valentía. No es fácil decir lo que realmente pensamos porque hacerlo nos coloca en una posición vulnerable; se pueden burlar de nosotros y darnos la espalda, y eso por supuesto que no es nada agradable.
Por ejemplo, mi mamá siempre me decía que era una niña muy difícil porque yo no aceptaba un “no” como respuesta. Claro que esto me afectaba y me hacía dudar de mí misma; de mi potencial y de mis ideas. Pero ahora, con toda seguridad puedo decir que lo que me decían que era un defecto, terminó siendo una de mis mejores cualidades. Gracias a esa niña “rebelde”, es que pude hacer muchas cosas que para todos parecían imposibles.
Me gusta dar el ejemplo de cuando fundé la revista Tú… Cuando propuse el proyecto, hace más de 40 años, me dijeron que era una pésima idea, pero yo insistí tanto que después de unos meses me dijeron que lo hiciera, pensando que solo se publicaría por unos cuantos meses. Yo creo que mi jefe pensaba que iba a ser un rotundo fracaso, pero yo estaba tan entusiasmada que incluso diseñé el boceto para el logo. Para no hacerles el cuento más largo, la revista Tú se convirtió en una de las revistas más populares y exitosas de Editorial Televisa. Gracias a esa experiencia es que entendí la importancia de creer en mis ideas, trabajar por ellas y tener la resiliencia para aprender de los errores, pero también aprender a confiar en mis habilidades, talento, astucia y conocimientos.
Esto es particularmente importante para nosotras, las mujeres.
- ¿Cuántas veces tenemos ideas que nos parecen increíbles pero que no compartimos por miedo a que “no gusten”?
- ¿Cuántas veces nos callamos frente a una injusticia por no parecer conflictivas?
- ¿Cuántas veces bajamos el tono de nuestra voz para no incomodar? El típico “calladita te ves más bonita”.
No se trata de ir por la vida discutiendo todo. Pero sí de aprender a escucharnos más a nosotras mismas que al ruido de afuera.
Porque conformarse e intentar encajar, muchas veces, es otra forma de limitar y de aniquilar nuestro potencial.
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