¿Síndrome del impostor? No eres tú; es el sistema
Poco se ha abordado el rol del entorno en experiencias que exacerban la sana duda de las mujeres sobre sí mismas, señalan expertas en diversidad.
CIUDAD DE MÉXICO. Desde finales de los años 70 se ha manejado la narrativa de "arreglar el síndrome de impostor de la mujer"; no obstante, el problema no está en ella, sino en el entorno cultural, aseguran Ruchika Tulshyan, autora del libro The Diversity Advantage: Fixing Gender Inequality In The Workplace, y Jodi-Ann Bure, escritora, speaker, creadora y presentadora de Black Cancer, un podcast sobre la vida de las personas de color que experimentan cáncer.
De acuerdo con un artículo de ambas autoras publicado en Harvard Business Review, el llamado síndrome del impostor es especialmente frecuente en entornos culturales tóxicos y con sesgos o prejuicios, que valoran el individualismo y el exceso de trabajo. Pero aun así, la narrativa "ha persistido, década tras década".
El término ha sido definido como dudar y desconfiar de las habilidades y capacidades propias, pese a los logros y reconocimientos obtenidos, y sentirse un fraude. Pero ni siquiera es un síndrome como tal, puesto que se trataría de un diagnóstico que solo puede ser emitido por un experto médico.
"El síndrome del impostor tomó una sensación bastante universal de incomodidad, y ansiedad leve en el lugar de trabajo y la patologizó, especialmente para las mujeres", detallan
El concepto fue creado en 1978 por los psicólogos Pauline Rose Clance y Suzanne, luego de realizar un estudio enfocado en mujeres de alto rendimiento, bajo la hipótesis de que a pesar de sus logros académicos y profesionales sobresalientes, creían que realmente no eran brillantes y estaban engañado a los demás.
A partir de ahí y, a través de los años, se han impulsado programas e iniciativas para que las mujeres aborden este escenario, que "recuerda los diagnósticos de «histeria femenina» del siglo XIX".
Sin embargo, poco se ha abordado el papel que los sistemas y lugares de trabajo desempeñan en esta situación.
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Las autoras explican que es cierto que en todas las personas siempre existe una sana y natural duda sobre su desempeño, pero no se han analizado ni modificado las dinámicas de microagresiones, así como las expectativas y suposiciones formadas por estereotipos y racismo, que hacen dudar todavía más a las mujeres por más logros y capacidades que tengan, y que las empujan hacia abajo.
"Los lugares de trabajo siguen mal orientados hacia la búsqueda de soluciones individuales para los problemas causados desproporcionadamente por los sistemas de discriminación y abusos de poder"
Para argumentar este punto, mencionan que en el caso de los hombres blancos, la mayoría suele progresar y sus sentimientos de duda generalmente disminuyen a medida que su trabajo e inteligencia son validados con el tiempo.
"Ellos son capaces de encontrar modelos a seguir que son como ellos, y rara vez (si es que alguna vez) los demás cuestionan su competencia, contribuciones o estilo de liderazgo", comentan. Pero las mujeres experimentan todo lo contrario.
Ruchika Tulshyan y Jodi-Ann Bure subrayan que cuando se desarrolló el concepto de síndrome de impostor, los efectos del racismo sistémico, el clasismo, la xenofobia y otros prejuicios estaban categóricamente ausentes. Además, varios grupos quedaron excluidos del estudio, como mujeres de color y personas de diversos niveles de ingresos, géneros y antecedentes profesionales.
Las autoras señalan que la cultura es la que debe cambiar y los líderes deben ser el moto de ese cambio para reducir las experiencias que culminan en el llamado síndrome de impostor entre las las mujeres, y especialmente las mujeres no blancas, y ayudarlas canalizar su sana duda hacia una motivación positiva.
"Tal vez entonces podamos dejar de diagnosticar mal a las mujeres con «síndrome impostor» de una vez por todas"
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